miércoles, 8 de agosto de 2012

Singapur


Cuando uno vive en una ciudad donde no se puede pasear por la calle, ir a un parque, a una terraza a tomar algo, a tomar la humedad el humo el aire, se vuelve una persona muy agradecida y casi cualquier sitio le parece fantástico. Aún así, creo que a cualquiera, incluso aunque no viva en una ciudad inhóspita, le gustaría Singapur. Supongo que la sensación es mucho mayor cuando casi pierdes el vuelo de ida a la ciudad por culpa de las lluvias en Manila.
El agua tenía las ruedas completamente sumergidas
...sin embargo, en Manila no.
El primer día poco pudimos ver por la hora del vuelo, pero el sábado nos pegamos una pateda más que exagerada considerable. Empezamos por Chinatown, que está muy bien pero, una vez más, aporta poco después de haber estado en China, así que sin tardar mucho nos marchamos a Little India. La imagen que yo tenía de Singapur es de ciudad moderna, limpia y organizada, y generalmente se cumple tal cual, aunque esta zona era un poco más de andar por casa. Hay algún templito apañado como el Sri Veeramakaliamman, donde incluso había una cazuela casi más grande que la parte propiamente de rezo, con platos de arroz y algo más para que los fieles y guiris pudiesen comer.  Comida te dan, cubiertos ya no, así que esto se comía con las manos o no se comía. Está claro que el guiri es la especie más cercana al viejo y, como tal, tiene que aceptar, e incluso pelear, por todo lo que sea gratis.
Un templo hindú...que se les despistó y terminó ubicado en Chinatown
Buffet libre en el templo
Servidor había ido a Singapur a rodearse de lujo y cosas bonitas, sin descartar un braguetazo, así que rápido nos marchamos a otra zona, la árabe: Kampong Glam. No hay demasiadas cosas que ver, pero las que hay merecen la pena. Arab Street es bastante bonita con sus tiendas de telas y alfombras y por ella se llega hasta la Mezquita del Sultán.
No tiene desperdicio, es preciosa, tanto por fuera como por dentro, y lo mismo para la calle de su entrada, Kandahar Street. Es blanca con cúpulas doradas, así que cuando me puse delante, solo me faltaba la alfombra, el mono en el hombro y el genio de color azul para hacer el remake de Aladdin.
Kandahar Street
Agrabah
En el camino de vuelta nos pasamos por Raffles Hotel. No tengo bien claro en cuál, pero intuyo que debe haber algún idioma en el que Raffles signifique pijo. Aquello tenía todo lo necesario para que, quien quisiese, y pudiese, pagar la estancia allí, no tuviese que salir si no le apeteciera: restaurantes, fuentes, tiendas, terrazas... Muertos y deshidratados como íbamos, le echamos cara y nos sentamos en unos sofás de una terracita hasta que muy amablemente nos invitaron a abandonar la casa el hotel. Eso sí, sutiles y educados, porque en lugar de mandarnos a la mierda más lejana, como habrían hecho en algún otro país, en Singapur apareció una camarera dándonos la bienvenida y entregándonos una carta con unos precios que tenían demasiados ceros. Así que, ante ese ejército de poderosos ceros, salimos por patas.
De camino al Raffles pasamos por Gotham
Raffles Hotel...
...y su guardia real equipo
Momentos antes de ser expulsado
Terracita en el patio de las tiendas del hotel. Lo dicho, no hace falta ni salir de ahí.
Terminamos llegando a Marina Bay, la zona más bonita de Singapur, donde se encuentra el hotel Marina Bay Sands, que es lo más reconocible de Singapur. En la planta 57 se encuentra el Skypark, un parque al aire libre que, con la friolera de 12.400 metros cuadrados, comunica las tres torres del hotel y que tiene, entre otras cosas, la infinity pool desde la que se ve toda la ciudad, la bahía, el puente The Helix, la noria gigante Singapore Flyer…si es que eres uno de los huéspedes del hotel. Y ese no era el caso, así que estuvimos en otra parte de la terraza, bien apartadita de los ricachones, sin que se oliese ni el cloro de la piscina. Resulta que poco después de ese día, celebrarían el aniversario de la ciudad y, como aquí sobra tanta pasta que no saben ni qué hacer con ella, cada sábado de las semanas anteriores hacen un ensayo del circo que montarán para que Singapur sople las velas. Como ya digo que aquí se suenan los mocos con billetes la liquidez no es un problema, el sarao en cuestión no es una charanga de barrio y algún petardo. No, aquí hacen un espectáculo con lanchas, que bien podrían pertenecer a Batman, en la bahía, junto a un escenario en el que también montan un espectáculo de coreografías, bailes y canciones. Esto debe quedarse escaso para un país con tal imán para los millonarios, así que lo siguiente fueron tres cazas haciendo acrobacias por el cielo de la ciudad. Y cuando digo cielo, me refiero al sentido más amplio de la palabra porque los pilotos se vinieron arriba, literalmente, y tiraron verticalmente hasta que se dejó de ver un triste avión. Y no había una mísera nube ese día. Como si los aviones hubiesen salido al cielo para llevarse el sol, al poco tiempo anocheció y empezaron los fuegos artificiales, que no podían faltar con lo que gustan en estos países el brillo y los colorines, y que aunque no eran demasiado espectaculares por sí mismos, el reflejo en los rascacielos que rodean la bahía lo hacía todo mucho más vistoso.
Marina Sands Hotel y sus vecinos del otro lado de la bahía.
Uno de los cazas, nada más salir a pegar vueltas.
Allí arriba se nos hizo de noche...
...y la ciudad gana muchos puntos iluminada.
Fuegos artificiales de cumpleaños.

Ya destrozados del palizón del día, fuimos a cenar a una zona que transforma la carretera en restaurante por las noches, dispuestos a irnos pronto a la cama para tener fuerzas al día siguiente.  Pero nada más lejos de la realidad. Sin mucha idea de cómo, terminamos en el Altitude, un bar en lo alto del edificio más alto de Singapur, rodeados de botellas de Moet Chandon, que me produjeron un principio de úlcera y tics nerviosos hasta que confirmé que pagaría quien las había pedido. Claro está que nuestra ropa de paseo turístico no era la que se pedía allí, pero, para variar, las pegas eran sólo para los chicos, que no podían pasar de la penúltima planta mientras que las chicas podían subir libremente a la azotea, porque mientras haya curvas, lo mismo dan lentejuelas que harapos. Afortunadamente la gente de Singpaur es muy agradable y uno de los camareros accedió a prestarme uno de sus pantalones largos para que pudiese subir a la mejor parte del bar y tener una vista impresionante.
Cenita callejera con pintas de guiri...
...y de ahí, al Altitude a beber dinero líquido.
Gracias a los pantalones del camarero...
pude ver la vista desde el Altitude
Una vez experimentado cómo vive un Tío Gilito cualquiera en esta ciudad, fuimos a dormir para tener un mínimo de fuerzas y mínimo también de resaca al día siguiente. Las fuerzas no acompañaban demasiado pero pudimos dar una vuelta por el Merlion Park, al otro lado de la bahía, conformándonos con la estatua pequeña del Merlion porque la grande estaba en restauración.  La cabeza de león representa al león que descubrió el príncipe Sang Nila Utama cuando re-descubrió Singapur en el siglo XI. La cola de pez representa el pasado pesquero de la ciudad, cuando aún se conocía como Temasek.
Mini Merlion, que el grande estaba en boxes.
En este parque, igual que en otros sitios como el metro, pueden verse casi más señales de prohibido que turistas. Aquí está prohibido comer en según qué zonas, beber, fumar, escupir, tomar durian…y mil cosas más, que si haces, y te pillan, recordarás un buen tiempo por la pedazo multa que te va a caer. Y viendo los ceros que tienen los precios en este sitio, no creo que se pague con calderilla.
Aquí piensas en algo, en cualquier cosa al azar, y está prohibido. Fijo.
I am a fineD tourist in Singapore
Singapur es famosa en el sudeste asiático por sus tiendas y sus rebajas, así que después dimos una vuelta por Orchard Road, la avenida más famosa y elegante donde hay infinidad de tiendas y los mejores locales de las marcas más exclusivas.
En Singapur, las cerraduras son igual de sencillitas que en Seúl.
Poco o nada íbamos a comprar así que terminamos yendo al Gardens by the Bay. Yo no soy especialmente fan de las plantas, especialmente después de haber estudiado botánica, fisiología vegetal y demás maravillas de lo verde, pero tengo que reconocer que aquí eran lo menos importante. El recinto tiene unas estructuras considerablemente altas, conectadas entre sí para ofrecer pasarelas desde las que ver todo el jardín botánico. Esto a mí me da bastante lo mismo y, como estaba a reventar de gente decidimos largarnos…pero justo había anochecido y empezó un espectáculo de luces en el que las estructuras se iluminaban con diferentes colores y cambiaban según la música que sonaba.
Esta especie de setas son las estructuras en cuestión.
Por la noche lucen mucho más, textualmente.
Fue una pasada de espectáculo y nada más terminar fuimos a dar una vuelta y cenar por dos zonas cercanas al río en las que hay bares y restaurantes, Boat Quay y Clarke Quay, para marcharnos después al aeropuerto, llegar a Manila, y preparar a la carrera el siguiente viaje.
Boat Quay
Clarke Quay

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