domingo, 19 de agosto de 2012

日本

Organizar este viaje ha sido de todo menos fácil y barato, pero la ruta asiática tenía que hacer parada en Japón. Aunque hay muchos sitios interesantes, el poco tiempo y lo caro que es el país obligó a ajustar el itinerario a dos ciudades: 東京(Tokyo) y 京都 (Kyoto), que son completamente no tenen nada que ver la una con la otra, así que puedes ver las dos caras de Japón.
En Tokyo todo parece un videojuego, casi hasta uno mismo.
Llegamos un miércoles a Tokyo y, una vez libres de bártulos, nos plantamos en Akihabara, ese barrio que he visto toda la vida en la Hobby Consolas y que pensé que nunca vería en directo. Pues sí, y además el propio barrio es prácticamente un videojuego en sí mismo. Da la sensación de que, entre tantas muchachas caracterizadas como personajes, aparecerán en cualquier momento Goku y el Caballero del Fénix a leñazo limpio. Las tiendas de la zona tienen mil y una pijadas que harían feliz a más de un frikazo, como yo. Hay figuras, todo tipo de artículos que ni se le cruzarían por la cabeza a un occidental, disfrazes de cosplay, y hasta sus propias secciones de manga pornográfico, que tenían bastante más éxito que la zona de llaveros, para qué nos vamos a engañar. Allí estaban todos los japonesitos, muy trajeados ellos, que deben de ir allí después del trabajo a evadirse un poco. Por lo que pudimos ver, en ese relajamiento vespertino también se va a salones recreativos donde, cada uno en su maquinita y luciendo un autismo de campeonato, se dedican a aporrear los mandos del juego de lucha, tocar la guitarra en el de música o bailar como locos en el de coreografía. Y por supuesto el karaoke. En Japón tienen incluso cabinas en las que entras, pagas por la canción, la cantas, y ala, a seguir con lo tuyo. Volviendo a casa después de cenar con los ICEX en una izakaya en Shibuya, que es zona de tiendas, restaurantes y edificios luminosos, comprobamos que los mangas y los videojuegos suelen culminar en una borrachera de espanto, porque no son ni uno ni dos los ejecutivos que se montan en el metro y se quedan medio inconscientes en los asientos o el suelo del vagón. Eso sí, debe ser la mar de normal, porque ahí no se inmuta niuno. Que se le ocurra hacer eso en España y verá cómo, después de amanecer sin cartera ni móvil, siendo fotografiado por todo hijo de vecino, no quiere repetir esos momentos de fama al día siguiente.
Una de tantas en Akihabara. Lo raro es ver a alguien en camiseta y vaqueros.
Momentazo al llegar aquí yo, que he pasado con Sonic más tiempo que con muchos familiares.
Típica tienda de Frikiplanet Akihabara

Entras, cantas y te vas.
Aquí los disfraces no son tontería.

Cruce de Shibuya
Cocinándome la cena en la izakaya, soplete en mano!

Al día siguiente empezamos por la zona de Harajuku, donde la gente viste de la forma más estrafalaria y llamativa que puede y a nadie le sorprende, que es lo bueno. Comenzamos en el Yoyogi Park, que es muy grande y nos perdimos, y además donde hay un templo con sus correspondientes rituales, oraciones y pedidos de deseos. Cuando tuvimos suficiente, tomamos la calle Takeshita donde aparecieron todos esos personajazos que llamaban más la atención que las tiendas en sí. Y no eran tampoco tiendas con cosas normalitas, eran comercios donde se encuentra cualquier producto imaginable y, seguramente, con la cara de Doraemon o Pikachu estampada. Aquí el muñequito que no falte, de hecho es complicado ver a alguien sin un peluche colgando del pinturon, bolso o cualquier sitio que aceote ser tuneado. En esta calle es un no parar de mirar a todas partes porque rara es la persona, o tienda, que no te sorprende. Aunque es lo que buscan, claro, así que no hay por qué disimular. Muy cerca está la calle Omotesando, que cambia la estética manga por toda una retahíla de tiendas de marca, aunque en algunos casos uno no sabe bien en cuál de las dos calles venden más disfraces.
Ritual antés de entrar al templo de Yoyogi Park
Algunas de las perlas que se encuentran por Harajuku
Muy normal aquí, peluquerías para arreglarte la peluca o comprar kits para hacerse piercing a uno mismo.

En el resto de zonas de Tokyo la fiebre por la moda extrema se calma bastante, es como si cada uno estuviese limitado a su propio distrito. La gente es totalmente distinta en Shibuya, que tiene el cruce más transitado del mundo con paso de peatones diagonal incluido, en la zona de Kyoto Station, donde fuimos para ver el Palacio Imperial, o la zona de Shinjuku, donde una amiga japonesa nos llevó a otra izakaya fantástica. La comida es algo que me ha sorprendido para bien, porque siendo, como yo, muy poco fan del pescado, la imagen de tanto pez crudo en el plato no me llamaba la atención. Sin embargo, tengo que reconocer que me puse morado y en todos los sitios que estuvimos. Estuvo todo riquísimo.
Shinjuku, donde además de tiendas hay actuaciones como el siguiente exitazo:

Para el último día de Tokyo dejamos Asakusa, con templo y todo, la zona de Ueno, Ginza, con sus tiendas pijas, y Roppongi, donde subimos al complejo Roppongi Hils para ver lo inmensamente grande que es la ciudad e indignarnos con que todos los colegios tenían piscina. Allí también vimos una exposición sobre el mundo musulmás, que a día de hoy no entiendo qué pintaba en Tokyo, y que, como yo no soy mucho de entender lo que algunos llaman obras de arte, me dejó bastante indiferente, la verdad. Para terminar con Tokyo, nos acercamos a un festival de verano callejero lleno de grupos actuando. Algún occidental consiguió formar parte del desfile, así que al tiempo...
Templo de Asakusa
Tú pintas coloreas un ojo al Darume, pides un deseo, cuando aparezca el otro ojo, se habrá cumplido.
En Asakusa descubrí que quiero se ninja, atrás quedan mis días en la Embajada.



La idea inicial era marcharse a Kyoto en tren, pero visto que es carísimo y que el bus era tan largo que nos ahorrábamos una noche de alojamiento, en el Shinkansen que se montasen otros. Claro, que si llego a saber con antelación el calor que hacía en ese bus, pago por el tren bala lo que haga falta, El caso es que llegamos a Kyoto, preguntamos en la oficina de turismo, dejaron claro que no tienen ni idea de su ciudad, nos fuimos a la aventura...y claro, nos perdimos. Pero no demasiado porque, para variar, yo llevaba impresa media tonelada de unformación con rutas horarios y demás, así que pronto llegamos a una zona de templos. Si Tokyo es la parte moderna y futurista de Japón, Kyoto es la tradicional con templos, samurais, geishas y demás.

El primero en ver fue Kiyomizu-dera, en lo alto de una montaña, y que es muy bonito pero en la época de floración del cerezo debe ser ya impresionante. O sea que tocará volver. Aquí las entradas a cada templo cuestan así que hay que elegir cuál ver, o intentar el descuento por español. De tontos no tienen un pelo, se dan cuenta y te cazan, pero el karma les devuelve ese egoismo haciendo que te encuentres entradas en el suelo para el Kodai-ji. Por la zona son muy curiosas también las calles Ninenzaka y Sannenzaka, con la estética más tradicional de Japón. En el camino vimos, con mayor o menos prefundidad, otros lugares como Yasaka Pagoda o el museo Kodaiji Sho, donde pudimos ver por fin algún rastro de que en Japón había samurais. Para terminar con la jornada de templos echamos un vistazo al Kyoto Imperial Palace y ya fuimos a cenar por la zona de Gion, una de las más principales para Geishas y sus aprendices, Maiko.
Kiyomizu-dera
¡Un samurai!
Y ellas, tan monas con su Yukata y so Obi.
Empezamos en la calle Pontocho, una mu estrechita, con casas bajas y llena de restaurantes donde, con suerte puedes ver alguna Geisha. Y fue llegar y besar el santo porque nos cruzamos con dos nada más poner un pie allí. Despues de cenar, poco y caro, nos acercamos a la orilla del río donde se juntaba un grupo grande de gente tocando jazz, haciendo espectáculos con fuego y más entretenimientos, y nos decidimos a dar una vuelta por Gion. En el Yasaka Shrine pudimos ver que los templos de noche ganan muchos puntos, tanto por la luz como por la ausencia de guiris, y allí pudimos ver una especie de bautizo a un bebé. Esto fue lo último normal que pasó esa noche. A partir de ahí, todo parecía preparado para que en cada calle que pisásemos ocurriese algo, no sé si más sorpendente o extraño, como si la ciudad entera hubiese ensayado escenas para que no nos aburriésemos. Nos encontramos sin darnos cuenta en el barrio rojo donde vimos a una Geicha escoltada por cuatro tíos que no nos quitaban ojo mientras les seguíamos como paparazzis buscando la noticia. Está claro que el secretismo va unido a las Geishas y no les gustó tener público, pero qué le vamos a hacer, uno no va a Kyoto todos los días. Cuando desaparecieron terminamos en una calle donde empezó a pasar una ristra interminable de coches negros, y caros, con gente muy aparente y rodeada de chicas dentro, y metiéndose a toda velocidad por callejones oscuros. Muy turbio el asunto. Después de estas y otras, como una convención de motos que parecían salidas de la película Tron, decidimos volver al hostal.
Yasaka Shrine
No era un hostal cualquiera sino un hostal cápsula. En un principio pensé que agobiaría, pero nada más lejos de la realidad porque en la cápsula tienes espacio de sobra para estar sentado. Todo parecía sacado de una nave espacial, tan blanco y con formas y símbolos que te hacían sentir en una nave de Star Wars.
El dormitorio...
...y la cápsula
El último día decidimos ver algunos sitios más, como el Nijo Castle, Kinkaku-ji Temple o Kitano Tenmangu Temple antes de poner rumbo a Osaka, de donde saldría el avión de vuelta, o eso pensábamos. Para empezar el tren Kyoto-Osaka dura mucho más de lo esperado así que no perdimos el vuelo por el pelo de un calvo. En mi vida he corrido más para coger un vuelo...que al final terminaron retrasando. O, una vez más, eso creía yo, porque cuando vi a tres japonesitos con su mono y su casco dirigirse hacia el avión, ya me pareció sospechoso. Pero cuando veo que empiezan a sacar las maletas de la bodega, las azafatas salen del avión, el aeropuerto apaga las luces, se llevan el avión remolcado...ya, muy intuitivo yo, me di cuenta de que no iba a volver a Manila esa noche. Efectivamente, vuelo cancelado. Al final, hotelazo en Osaka con habitación enorme, vestidor, baño del tamaño de mi dormitorio en Manila, yukata para dormir y retrete con calefacción, además, por supuesto, del resto de chorritos de agua en todo tipo de modos y temperaturas típicos del país y programables cual vídeo VHS.
Kinkaku-ji Temple, donde millones de chinos me hicieron mandar a la mierda el templo y largarme.
Gracias a años y años de jugar a videojuegos, supe manejar el retrete. Al menos este estaba en inglés.

Una vez los japoneses arreglaron el avión, que debía de estar hecho una mierda y, si es por los filipinos me estampo antes de cruzar Taiwán, caminito a Manila, que tocaba tifón! ¡Viva!

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