sábado, 25 de agosto de 2012

Macao

Cuando ya has dado una paliza monumental a la tarjeta de crédito vueltecita por Japón y Singapur, lo mejor es terminar de rematar la cuenta corriente con el último de los países que se diferencian del resto del sudeste asiático.

Macao se divide en 3 zonas: Macao Peninsula, Taipa y Coloane, y allá done hay zona de casinos es como entrar en un plató de televisión, lleno de pantallas, focos o grandes estructuras. En cuanto te sales de la zona de casinos, lo cierto es que la ciudad da pena verla, aunque tengo que estar agradecido porque, después de once meses pensando que la ciudad de Manila era la más fea que yo había visto en mi vida, superando incluso a La Valeta y Castellón, ha sido brutalmente destronada por Macao. Gracias Macao! Si lo llego a saber, me paso antes por allí!
Macao: ese lugar donde todo está escrito en portugués pero nadie sabe hablarlo.
Sí que es verdad que tiene restos coloniales portugueses que están bien, como la Plaza Largo do Senado, que sí es muy bonita, o las ruinas de la Catedral de San Pablo, que son muy, muy, muy ruinas, porque queda la fachada y poco más, quitando cuatro espontáneos gritando Jesús te quiere en chino, cosa que me hizo ilusión porque les entendí. De Portugal les queda eso y los pastelitos de Belem, porque por lo demás son chinos hasta la médula los condenados. Allá donde mires tendrás todo escrito o repetido en portugués. Ahora bien, a ver quién encuentra a alguien que lo hable. Que por no hablar, no hablan ni inglés, pero es que ni siquiera en los casinos!! Que se supone que son algo bastante turístico, ya que Macao superó hace años a Las Vegas en este asunto, pero nosotros tardamos más de media hora en entender dónde había que jugar. Ojo, no cómo, sino dónde!! En los casinos hay una parte para jugar con patacas, la moneda de Macao, y otra para jugar con dólares de Hong Kong. Cada una de ellas con sus fichas no intercambiables, claro. Aunque el cambio que suelan hacer de una moneda a otra sea 1:1, y por tanto las fichas valen exactamente lo mismo, cada una se juega en su mesita, y no te salgas del tiesto porque aparecen los maromos de seguridad y te lo explican todo bien clarito. Por si fuera poco, las mesas también se dividen por juegos, esto es lógico, y por cantidades mínimas de apuesta. En resumen, que al final tardé como 45 minutos en saber cómo y dónde apostar, para perderlo todo en 45 segundos. Confirmo desde aquí que lo de afortunado en el juego, desafortunado en amores y viceversa es un mito, porque esto estaba lleno de gente con pasta y yo me volví a Manila, una vez más, sin lograr el braguetazo. Parece que se resiste la cosa.
Plaza Lardo do Senado. Muy bonita, pero no dejarse engañar, aquí hay pocao más que rascar.
St. Paul's Church. Es lo que se ve y punto porque detrás no hay nada. Es como un decorado, pero con guiris.
Todo muy austero: las lámparas, el techo, las columnas, los coches...
y hasta arriba, no cabe un alma alrededor de cada mesa o máquina.

¿¡Quién quiere baldosas cuando puede forrar el suelo de lingotes!? Será por oro!!
Dimos una vuelta por la parte antigua de Macao, hasta llegar al templo chino A-Ma, vimos que aquí tienen que poner la flor de loto en toda superficie plana o escultura posible. Depués, de vuelta a la zona de casinos de Taipa, que, para qué nos vamos a engañar, es lo verdaderamente típico de Macao y pasear por la zona antigua no aporta más, sobre todo porque la gente de aquí es francamente desagradable. También es verdad que la zona de casinos no es mucho más acogedora porque los jugadores estánaislados de su entorno, concentrándose únicamente en su juego, al igual que los japoneses hacían con los cideojuegos en Tokyo.
Casinos de Macau Peninsula y el Venetian y el Galazy en Taipa.
En esta zona hay grandes casinos como el Venetian, el Galaxy o los del complejo City of Dreams. Cada uno muy diferente, pero todos muy grandes, lujosos y llenos de luces, hasta el punto de que queda un poco macarra y recargado, sobre todo los interiores tan recargados, tan brillantes y con tanto plástico. Aún así, el conjunto es digno de ver y por la noche gana muchísimos puntos. En el City of Dreams hacen además el espectáculo The House of Dancing Water, que es tipo Circo del Sol pero con la diferencia de que el escenario es una piscina, bastante profunda, con la capacidad de cinco olímpicas. El que sea en agua hace todas las acrobacias mucho más impresionantes, pero además el escenario circular se solidifica en algunas partes del espectáculo para que todo sea más variado y dinámico. Eso, el cambio constante de forma del escenario, la música perfectamente adaptada y las luces sincronizadas en cada momento con la banda sonora hacen que la visita a Macao valga la pena incluso si sólo es pare ver el espectáculo acuático. La entrada no es barata, pero después de verlo, todo el mundo coincide en que se hace barata.
El escenario es tan rponto líquido como sólido, o plano como desnivelado.
En un momento hay un abordaje a un barco...
...,al siguiente la escena es en un templo en tierra firme...
...y termina en el agua otra vez.
 
Merece la pena también ver el resto del City of Dreams, con los pasillos de moqueta llenos de espejos, tiendas, esculturas, la discoteca Cubic, coches de exposición, y el Vquarium, unas pantallas gigantes de 19x6’7 metros y 11 toneladas que simulan un fondo marino en el que aparecen y desaparecen sirenas nadando desde lo profundo del océano. Una fina cascada de agua cae por la superficie de cada pantalla acrílica para darle, si cabe, un toque más realista.
El efecto de la cascada de agua no se nota bien en la foto, pero sí se ve el tamaño de la pantallita.
Cuando terminó nos acercamos a Nam Van Lake Cybernetic Fountain para seguir con los espectáculos de agua y luces y…en fin, seguramente si yo me pongo a hacer juegos de luces con el móvil desde detrás del grifo de mi lavabo consiga el mismo efecto. Fue más decepcionante incluso que la Symphony of Lights de Hong Kong, y ese listón quedo alto.

El último día decidimos variar un poco de actividades y nos acercamos al Macau Giant Panda Pavilion en Coloane. De hecho, no sólo nos acercamos sino que prácticamente lo bordeamos hasta encontrarlo. Entre la falta de indicaciones y lo poco que colabora la gente de Macao, tuvimos que intuir hacia dónde habría que ir para llegar. Y, naturalmente, intuimos mal. Tan mal que terminamos trepando a una montaña hasta que nos encontramos con que el edificio que tenía no era el centro de pandas sino el de enfermedades infecciosas. ¡Bravo! Ahora, deshidratado y desorientado, date la vuelta, baja la montaña y encuentra  a los pandas! Para más inri, estaban al lado de donde empezamos a subir la montaña, y esto fue casi tan ridículo como la primera noche, cuando, queriendo ir al Venetian en Taipa, cogimos por error un bus a Macau Peninsula sin saber que era el último, y nos la clavaron, pero bien, para volver en taxi. De nuevo, la no amabilidad de los habitantes de Macao no facilitó nada las cosas. A partir de entonces tomamos una política de intercambio de amabilidad por dinero, así que terminamos colándonos por la cara en casi todos los transportes que pudimos.

El caso es que conseguimos llegar a ver los pandas. Pandas, en plural, por la mínima, porque son dos pandas y punto. Aún así está bien porque no es un zoológico sino un centro donde intentan evitar la extinción de la especie, y los pandas están como reyes.
Esta vez desde la barrera. No había forma de meterse ahí con el panda.
Y como reyes fuimos recibidos en Manila, otra vez, por un tifón que, con tal lluvia torrencial y viento desproporcionado, se terminó cepillando media ciudad con inundaciones, cortes de luz, de comunicaciones y demás comodidades incluidas. Mi casa es un piso 26 y tuve que achicar agua así que con eso queda dicho todo, pero, como ellos dicen, It's more fun in the Philippines y, lo cierto es que lo cumplen porque incluso los destrozos de un tifón tienen parte positiva para ellos:

domingo, 19 de agosto de 2012

日本

Organizar este viaje ha sido de todo menos fácil y barato, pero la ruta asiática tenía que hacer parada en Japón. Aunque hay muchos sitios interesantes, el poco tiempo y lo caro que es el país obligó a ajustar el itinerario a dos ciudades: 東京(Tokyo) y 京都 (Kyoto), que son completamente no tenen nada que ver la una con la otra, así que puedes ver las dos caras de Japón.
En Tokyo todo parece un videojuego, casi hasta uno mismo.
Llegamos un miércoles a Tokyo y, una vez libres de bártulos, nos plantamos en Akihabara, ese barrio que he visto toda la vida en la Hobby Consolas y que pensé que nunca vería en directo. Pues sí, y además el propio barrio es prácticamente un videojuego en sí mismo. Da la sensación de que, entre tantas muchachas caracterizadas como personajes, aparecerán en cualquier momento Goku y el Caballero del Fénix a leñazo limpio. Las tiendas de la zona tienen mil y una pijadas que harían feliz a más de un frikazo, como yo. Hay figuras, todo tipo de artículos que ni se le cruzarían por la cabeza a un occidental, disfrazes de cosplay, y hasta sus propias secciones de manga pornográfico, que tenían bastante más éxito que la zona de llaveros, para qué nos vamos a engañar. Allí estaban todos los japonesitos, muy trajeados ellos, que deben de ir allí después del trabajo a evadirse un poco. Por lo que pudimos ver, en ese relajamiento vespertino también se va a salones recreativos donde, cada uno en su maquinita y luciendo un autismo de campeonato, se dedican a aporrear los mandos del juego de lucha, tocar la guitarra en el de música o bailar como locos en el de coreografía. Y por supuesto el karaoke. En Japón tienen incluso cabinas en las que entras, pagas por la canción, la cantas, y ala, a seguir con lo tuyo. Volviendo a casa después de cenar con los ICEX en una izakaya en Shibuya, que es zona de tiendas, restaurantes y edificios luminosos, comprobamos que los mangas y los videojuegos suelen culminar en una borrachera de espanto, porque no son ni uno ni dos los ejecutivos que se montan en el metro y se quedan medio inconscientes en los asientos o el suelo del vagón. Eso sí, debe ser la mar de normal, porque ahí no se inmuta niuno. Que se le ocurra hacer eso en España y verá cómo, después de amanecer sin cartera ni móvil, siendo fotografiado por todo hijo de vecino, no quiere repetir esos momentos de fama al día siguiente.
Una de tantas en Akihabara. Lo raro es ver a alguien en camiseta y vaqueros.
Momentazo al llegar aquí yo, que he pasado con Sonic más tiempo que con muchos familiares.
Típica tienda de Frikiplanet Akihabara

Entras, cantas y te vas.
Aquí los disfraces no son tontería.

Cruce de Shibuya
Cocinándome la cena en la izakaya, soplete en mano!

Al día siguiente empezamos por la zona de Harajuku, donde la gente viste de la forma más estrafalaria y llamativa que puede y a nadie le sorprende, que es lo bueno. Comenzamos en el Yoyogi Park, que es muy grande y nos perdimos, y además donde hay un templo con sus correspondientes rituales, oraciones y pedidos de deseos. Cuando tuvimos suficiente, tomamos la calle Takeshita donde aparecieron todos esos personajazos que llamaban más la atención que las tiendas en sí. Y no eran tampoco tiendas con cosas normalitas, eran comercios donde se encuentra cualquier producto imaginable y, seguramente, con la cara de Doraemon o Pikachu estampada. Aquí el muñequito que no falte, de hecho es complicado ver a alguien sin un peluche colgando del pinturon, bolso o cualquier sitio que aceote ser tuneado. En esta calle es un no parar de mirar a todas partes porque rara es la persona, o tienda, que no te sorprende. Aunque es lo que buscan, claro, así que no hay por qué disimular. Muy cerca está la calle Omotesando, que cambia la estética manga por toda una retahíla de tiendas de marca, aunque en algunos casos uno no sabe bien en cuál de las dos calles venden más disfraces.
Ritual antés de entrar al templo de Yoyogi Park
Algunas de las perlas que se encuentran por Harajuku
Muy normal aquí, peluquerías para arreglarte la peluca o comprar kits para hacerse piercing a uno mismo.

En el resto de zonas de Tokyo la fiebre por la moda extrema se calma bastante, es como si cada uno estuviese limitado a su propio distrito. La gente es totalmente distinta en Shibuya, que tiene el cruce más transitado del mundo con paso de peatones diagonal incluido, en la zona de Kyoto Station, donde fuimos para ver el Palacio Imperial, o la zona de Shinjuku, donde una amiga japonesa nos llevó a otra izakaya fantástica. La comida es algo que me ha sorprendido para bien, porque siendo, como yo, muy poco fan del pescado, la imagen de tanto pez crudo en el plato no me llamaba la atención. Sin embargo, tengo que reconocer que me puse morado y en todos los sitios que estuvimos. Estuvo todo riquísimo.
Shinjuku, donde además de tiendas hay actuaciones como el siguiente exitazo:

Para el último día de Tokyo dejamos Asakusa, con templo y todo, la zona de Ueno, Ginza, con sus tiendas pijas, y Roppongi, donde subimos al complejo Roppongi Hils para ver lo inmensamente grande que es la ciudad e indignarnos con que todos los colegios tenían piscina. Allí también vimos una exposición sobre el mundo musulmás, que a día de hoy no entiendo qué pintaba en Tokyo, y que, como yo no soy mucho de entender lo que algunos llaman obras de arte, me dejó bastante indiferente, la verdad. Para terminar con Tokyo, nos acercamos a un festival de verano callejero lleno de grupos actuando. Algún occidental consiguió formar parte del desfile, así que al tiempo...
Templo de Asakusa
Tú pintas coloreas un ojo al Darume, pides un deseo, cuando aparezca el otro ojo, se habrá cumplido.
En Asakusa descubrí que quiero se ninja, atrás quedan mis días en la Embajada.



La idea inicial era marcharse a Kyoto en tren, pero visto que es carísimo y que el bus era tan largo que nos ahorrábamos una noche de alojamiento, en el Shinkansen que se montasen otros. Claro, que si llego a saber con antelación el calor que hacía en ese bus, pago por el tren bala lo que haga falta, El caso es que llegamos a Kyoto, preguntamos en la oficina de turismo, dejaron claro que no tienen ni idea de su ciudad, nos fuimos a la aventura...y claro, nos perdimos. Pero no demasiado porque, para variar, yo llevaba impresa media tonelada de unformación con rutas horarios y demás, así que pronto llegamos a una zona de templos. Si Tokyo es la parte moderna y futurista de Japón, Kyoto es la tradicional con templos, samurais, geishas y demás.

El primero en ver fue Kiyomizu-dera, en lo alto de una montaña, y que es muy bonito pero en la época de floración del cerezo debe ser ya impresionante. O sea que tocará volver. Aquí las entradas a cada templo cuestan así que hay que elegir cuál ver, o intentar el descuento por español. De tontos no tienen un pelo, se dan cuenta y te cazan, pero el karma les devuelve ese egoismo haciendo que te encuentres entradas en el suelo para el Kodai-ji. Por la zona son muy curiosas también las calles Ninenzaka y Sannenzaka, con la estética más tradicional de Japón. En el camino vimos, con mayor o menos prefundidad, otros lugares como Yasaka Pagoda o el museo Kodaiji Sho, donde pudimos ver por fin algún rastro de que en Japón había samurais. Para terminar con la jornada de templos echamos un vistazo al Kyoto Imperial Palace y ya fuimos a cenar por la zona de Gion, una de las más principales para Geishas y sus aprendices, Maiko.
Kiyomizu-dera
¡Un samurai!
Y ellas, tan monas con su Yukata y so Obi.
Empezamos en la calle Pontocho, una mu estrechita, con casas bajas y llena de restaurantes donde, con suerte puedes ver alguna Geisha. Y fue llegar y besar el santo porque nos cruzamos con dos nada más poner un pie allí. Despues de cenar, poco y caro, nos acercamos a la orilla del río donde se juntaba un grupo grande de gente tocando jazz, haciendo espectáculos con fuego y más entretenimientos, y nos decidimos a dar una vuelta por Gion. En el Yasaka Shrine pudimos ver que los templos de noche ganan muchos puntos, tanto por la luz como por la ausencia de guiris, y allí pudimos ver una especie de bautizo a un bebé. Esto fue lo último normal que pasó esa noche. A partir de ahí, todo parecía preparado para que en cada calle que pisásemos ocurriese algo, no sé si más sorpendente o extraño, como si la ciudad entera hubiese ensayado escenas para que no nos aburriésemos. Nos encontramos sin darnos cuenta en el barrio rojo donde vimos a una Geicha escoltada por cuatro tíos que no nos quitaban ojo mientras les seguíamos como paparazzis buscando la noticia. Está claro que el secretismo va unido a las Geishas y no les gustó tener público, pero qué le vamos a hacer, uno no va a Kyoto todos los días. Cuando desaparecieron terminamos en una calle donde empezó a pasar una ristra interminable de coches negros, y caros, con gente muy aparente y rodeada de chicas dentro, y metiéndose a toda velocidad por callejones oscuros. Muy turbio el asunto. Después de estas y otras, como una convención de motos que parecían salidas de la película Tron, decidimos volver al hostal.
Yasaka Shrine
No era un hostal cualquiera sino un hostal cápsula. En un principio pensé que agobiaría, pero nada más lejos de la realidad porque en la cápsula tienes espacio de sobra para estar sentado. Todo parecía sacado de una nave espacial, tan blanco y con formas y símbolos que te hacían sentir en una nave de Star Wars.
El dormitorio...
...y la cápsula
El último día decidimos ver algunos sitios más, como el Nijo Castle, Kinkaku-ji Temple o Kitano Tenmangu Temple antes de poner rumbo a Osaka, de donde saldría el avión de vuelta, o eso pensábamos. Para empezar el tren Kyoto-Osaka dura mucho más de lo esperado así que no perdimos el vuelo por el pelo de un calvo. En mi vida he corrido más para coger un vuelo...que al final terminaron retrasando. O, una vez más, eso creía yo, porque cuando vi a tres japonesitos con su mono y su casco dirigirse hacia el avión, ya me pareció sospechoso. Pero cuando veo que empiezan a sacar las maletas de la bodega, las azafatas salen del avión, el aeropuerto apaga las luces, se llevan el avión remolcado...ya, muy intuitivo yo, me di cuenta de que no iba a volver a Manila esa noche. Efectivamente, vuelo cancelado. Al final, hotelazo en Osaka con habitación enorme, vestidor, baño del tamaño de mi dormitorio en Manila, yukata para dormir y retrete con calefacción, además, por supuesto, del resto de chorritos de agua en todo tipo de modos y temperaturas típicos del país y programables cual vídeo VHS.
Kinkaku-ji Temple, donde millones de chinos me hicieron mandar a la mierda el templo y largarme.
Gracias a años y años de jugar a videojuegos, supe manejar el retrete. Al menos este estaba en inglés.

Una vez los japoneses arreglaron el avión, que debía de estar hecho una mierda y, si es por los filipinos me estampo antes de cruzar Taiwán, caminito a Manila, que tocaba tifón! ¡Viva!

miércoles, 8 de agosto de 2012

Singapur


Cuando uno vive en una ciudad donde no se puede pasear por la calle, ir a un parque, a una terraza a tomar algo, a tomar la humedad el humo el aire, se vuelve una persona muy agradecida y casi cualquier sitio le parece fantástico. Aún así, creo que a cualquiera, incluso aunque no viva en una ciudad inhóspita, le gustaría Singapur. Supongo que la sensación es mucho mayor cuando casi pierdes el vuelo de ida a la ciudad por culpa de las lluvias en Manila.
El agua tenía las ruedas completamente sumergidas
...sin embargo, en Manila no.
El primer día poco pudimos ver por la hora del vuelo, pero el sábado nos pegamos una pateda más que exagerada considerable. Empezamos por Chinatown, que está muy bien pero, una vez más, aporta poco después de haber estado en China, así que sin tardar mucho nos marchamos a Little India. La imagen que yo tenía de Singapur es de ciudad moderna, limpia y organizada, y generalmente se cumple tal cual, aunque esta zona era un poco más de andar por casa. Hay algún templito apañado como el Sri Veeramakaliamman, donde incluso había una cazuela casi más grande que la parte propiamente de rezo, con platos de arroz y algo más para que los fieles y guiris pudiesen comer.  Comida te dan, cubiertos ya no, así que esto se comía con las manos o no se comía. Está claro que el guiri es la especie más cercana al viejo y, como tal, tiene que aceptar, e incluso pelear, por todo lo que sea gratis.
Un templo hindú...que se les despistó y terminó ubicado en Chinatown
Buffet libre en el templo
Servidor había ido a Singapur a rodearse de lujo y cosas bonitas, sin descartar un braguetazo, así que rápido nos marchamos a otra zona, la árabe: Kampong Glam. No hay demasiadas cosas que ver, pero las que hay merecen la pena. Arab Street es bastante bonita con sus tiendas de telas y alfombras y por ella se llega hasta la Mezquita del Sultán.
No tiene desperdicio, es preciosa, tanto por fuera como por dentro, y lo mismo para la calle de su entrada, Kandahar Street. Es blanca con cúpulas doradas, así que cuando me puse delante, solo me faltaba la alfombra, el mono en el hombro y el genio de color azul para hacer el remake de Aladdin.
Kandahar Street
Agrabah
En el camino de vuelta nos pasamos por Raffles Hotel. No tengo bien claro en cuál, pero intuyo que debe haber algún idioma en el que Raffles signifique pijo. Aquello tenía todo lo necesario para que, quien quisiese, y pudiese, pagar la estancia allí, no tuviese que salir si no le apeteciera: restaurantes, fuentes, tiendas, terrazas... Muertos y deshidratados como íbamos, le echamos cara y nos sentamos en unos sofás de una terracita hasta que muy amablemente nos invitaron a abandonar la casa el hotel. Eso sí, sutiles y educados, porque en lugar de mandarnos a la mierda más lejana, como habrían hecho en algún otro país, en Singapur apareció una camarera dándonos la bienvenida y entregándonos una carta con unos precios que tenían demasiados ceros. Así que, ante ese ejército de poderosos ceros, salimos por patas.
De camino al Raffles pasamos por Gotham
Raffles Hotel...
...y su guardia real equipo
Momentos antes de ser expulsado
Terracita en el patio de las tiendas del hotel. Lo dicho, no hace falta ni salir de ahí.
Terminamos llegando a Marina Bay, la zona más bonita de Singapur, donde se encuentra el hotel Marina Bay Sands, que es lo más reconocible de Singapur. En la planta 57 se encuentra el Skypark, un parque al aire libre que, con la friolera de 12.400 metros cuadrados, comunica las tres torres del hotel y que tiene, entre otras cosas, la infinity pool desde la que se ve toda la ciudad, la bahía, el puente The Helix, la noria gigante Singapore Flyer…si es que eres uno de los huéspedes del hotel. Y ese no era el caso, así que estuvimos en otra parte de la terraza, bien apartadita de los ricachones, sin que se oliese ni el cloro de la piscina. Resulta que poco después de ese día, celebrarían el aniversario de la ciudad y, como aquí sobra tanta pasta que no saben ni qué hacer con ella, cada sábado de las semanas anteriores hacen un ensayo del circo que montarán para que Singapur sople las velas. Como ya digo que aquí se suenan los mocos con billetes la liquidez no es un problema, el sarao en cuestión no es una charanga de barrio y algún petardo. No, aquí hacen un espectáculo con lanchas, que bien podrían pertenecer a Batman, en la bahía, junto a un escenario en el que también montan un espectáculo de coreografías, bailes y canciones. Esto debe quedarse escaso para un país con tal imán para los millonarios, así que lo siguiente fueron tres cazas haciendo acrobacias por el cielo de la ciudad. Y cuando digo cielo, me refiero al sentido más amplio de la palabra porque los pilotos se vinieron arriba, literalmente, y tiraron verticalmente hasta que se dejó de ver un triste avión. Y no había una mísera nube ese día. Como si los aviones hubiesen salido al cielo para llevarse el sol, al poco tiempo anocheció y empezaron los fuegos artificiales, que no podían faltar con lo que gustan en estos países el brillo y los colorines, y que aunque no eran demasiado espectaculares por sí mismos, el reflejo en los rascacielos que rodean la bahía lo hacía todo mucho más vistoso.
Marina Sands Hotel y sus vecinos del otro lado de la bahía.
Uno de los cazas, nada más salir a pegar vueltas.
Allí arriba se nos hizo de noche...
...y la ciudad gana muchos puntos iluminada.
Fuegos artificiales de cumpleaños.

Ya destrozados del palizón del día, fuimos a cenar a una zona que transforma la carretera en restaurante por las noches, dispuestos a irnos pronto a la cama para tener fuerzas al día siguiente.  Pero nada más lejos de la realidad. Sin mucha idea de cómo, terminamos en el Altitude, un bar en lo alto del edificio más alto de Singapur, rodeados de botellas de Moet Chandon, que me produjeron un principio de úlcera y tics nerviosos hasta que confirmé que pagaría quien las había pedido. Claro está que nuestra ropa de paseo turístico no era la que se pedía allí, pero, para variar, las pegas eran sólo para los chicos, que no podían pasar de la penúltima planta mientras que las chicas podían subir libremente a la azotea, porque mientras haya curvas, lo mismo dan lentejuelas que harapos. Afortunadamente la gente de Singpaur es muy agradable y uno de los camareros accedió a prestarme uno de sus pantalones largos para que pudiese subir a la mejor parte del bar y tener una vista impresionante.
Cenita callejera con pintas de guiri...
...y de ahí, al Altitude a beber dinero líquido.
Gracias a los pantalones del camarero...
pude ver la vista desde el Altitude
Una vez experimentado cómo vive un Tío Gilito cualquiera en esta ciudad, fuimos a dormir para tener un mínimo de fuerzas y mínimo también de resaca al día siguiente. Las fuerzas no acompañaban demasiado pero pudimos dar una vuelta por el Merlion Park, al otro lado de la bahía, conformándonos con la estatua pequeña del Merlion porque la grande estaba en restauración.  La cabeza de león representa al león que descubrió el príncipe Sang Nila Utama cuando re-descubrió Singapur en el siglo XI. La cola de pez representa el pasado pesquero de la ciudad, cuando aún se conocía como Temasek.
Mini Merlion, que el grande estaba en boxes.
En este parque, igual que en otros sitios como el metro, pueden verse casi más señales de prohibido que turistas. Aquí está prohibido comer en según qué zonas, beber, fumar, escupir, tomar durian…y mil cosas más, que si haces, y te pillan, recordarás un buen tiempo por la pedazo multa que te va a caer. Y viendo los ceros que tienen los precios en este sitio, no creo que se pague con calderilla.
Aquí piensas en algo, en cualquier cosa al azar, y está prohibido. Fijo.
I am a fineD tourist in Singapore
Singapur es famosa en el sudeste asiático por sus tiendas y sus rebajas, así que después dimos una vuelta por Orchard Road, la avenida más famosa y elegante donde hay infinidad de tiendas y los mejores locales de las marcas más exclusivas.
En Singapur, las cerraduras son igual de sencillitas que en Seúl.
Poco o nada íbamos a comprar así que terminamos yendo al Gardens by the Bay. Yo no soy especialmente fan de las plantas, especialmente después de haber estudiado botánica, fisiología vegetal y demás maravillas de lo verde, pero tengo que reconocer que aquí eran lo menos importante. El recinto tiene unas estructuras considerablemente altas, conectadas entre sí para ofrecer pasarelas desde las que ver todo el jardín botánico. Esto a mí me da bastante lo mismo y, como estaba a reventar de gente decidimos largarnos…pero justo había anochecido y empezó un espectáculo de luces en el que las estructuras se iluminaban con diferentes colores y cambiaban según la música que sonaba.
Esta especie de setas son las estructuras en cuestión.
Por la noche lucen mucho más, textualmente.
Fue una pasada de espectáculo y nada más terminar fuimos a dar una vuelta y cenar por dos zonas cercanas al río en las que hay bares y restaurantes, Boat Quay y Clarke Quay, para marcharnos después al aeropuerto, llegar a Manila, y preparar a la carrera el siguiente viaje.
Boat Quay
Clarke Quay